Historia de la literatura.
- Orígenes
La literatura en sentido estricto, es decir, la escritura de obras de autor y título conocidos, con pretensiones y técnicas literarias, no empieza a producirse en Roma hasta la segunda mitad del siglo III a. C.Los primeros autores conocidos son Livio Andrónico (280-200 a. C.), un griego de Tarento, la «capital» de la Magna Grecia, y Gneo Nevio (264-200 a. C.), un italiano de la Campania, región fuertemente helenizada del sur de Italia, afincados ambos en Roma después de la primera guerra púnica (264-241 a. C.). El primero tradujo al latín la Odisea de Hornero, y adaptó, dirigió y representó las primeras obras de teatro en Roma, tragedias y comedias, en lengua latina, pero según las pautas del género dramático griego: temas, estructura de las obras, tipo de lenguaje y métrica. El segundo escribió un poema épico sobre la guerra recién terminada, titulado Bellum Punicum, algunas tragedias de tema griego y algunas comedias en que se mezclan la inspiración griega y la itálica. De estos pioneros de la poesía latina no se han conservado más que los títulos de algunas obras y un puñado de fragmentos.
En el campo de la prosa, los primeros nombres de autores conocidos corresponden al género histórico. Se trata de los llamados analistas, por mantener la fórmula tradicional en Roma de ir desgranando los acontecimientos año tras año, Annales. A ellos se debe la recopilación, sistematización y fijación de las tradiciones y leyendas sobre el pasado más remoto de la ciudad y de Italia. Lo más llamativo de estos primeros «historiadores» es que escribieron sus obras en griego.
Estos datos dejan bien claro que el impulso inmediato que hizo surgir la literatura en latín, al menos en algunos de los géneros más importantes, fue la traducción, adaptación e imitación de la literatura griega. Detrás de este impulso están dos procesos históricos convergentes:
- La culminación de la conquista de Italia por los romanos, con el consiguiente encumbramiento de Roma como centro político de toda la península, ya a principios del siglo III a. C., y su conversión en una potencia del Mediterráneo occidental tras su victoria sobre Cartago en la primera guerra púnica. Este nuevo status de la ciudad requería y posibilitaba la aparición de una literatura que enalteciera sus orígenes y proclamara su supremacía, en los géneros épico e histórico, y de unas formas de entretenimiento que dignificaran sus festividades cívico-religiosas, a saber, el teatro.
-
La intensificación de sus contactos con la cultura helénica de las colonias que los griegos habían venido implantando en el sur de Italia y en Sicilia desde el siglo VIII a. C. y que en el siglo ni habían caído bajo el dominio romano, primero las del sur de la península, con Tarento a la cabeza, y luego las de Sicilia, como consecuencia de las victorias romanas en la primera y segunda guerras púnicas. La conquista y la consiguiente ocupación militar y administrativa hizo evidente a los romanos la superioridad cultural griega en todos los aspectos: urbanismo, arte, mitología, filosofía, literatura, formas de ocio, etc. De esta evidencia surgió el deslumbramiento y el deseo de imitación, primero, y de emulación, después. En palabras de Horacio, «la cautiva Grecia cautivó a su vencedor e introdujo las artes en el rústico Lacio» (Epístolas, II, 1, 156). Entre estas artes estuvo el arte de la literatura.
Hasta entonces, en el «rústico Lacio», como en el resto de Italia, existía una rica literatura oral, que se manifestaba en las leyendas sobre los viejos tiempos de la fundación, de la época monárquica y de las guerras contra los pueblos vecinos. Estas leyendas eran recitadas durante los banquetes en un tipo de verso muy arcaico llamado «saturnio»: Saturno era el mítico creador del pueblo latino. Se sabe también que en los funerales se narraban las hazañas, siempre exageradas, del muerto y de sus antepasados más ilustres, y que en algunas festividades religiosas los «cofrades» cantaban plegarias a su dios. A todo este tipo de composiciones en verso se las denomina carmina, plural de carmen, «canción». Apenas queda nada de todo ello; en el mejor de los casos se conserva en versiones ya muy tardías, que impiden hacerse una idea clara de su nivel literario original. Algo parecido ocurre con las primeras manifestaciones de la prosa escrita: leyes, libros sagrados, Annales oficiales, archivos privados, etc.
Mayor entidad y persistencia tuvieron las creaciones literarias relacionadas con el teatro. Procedentes de las zonas limítrofes, Etruria al norte, Campania al sur, se habían introducido en Roma espectáculos teatrales de tipo popular, con un fuerte carácter satírico: los llamados versos fesceninos de los etruscos, diálogos picantes recitados por actores con máscara, y las fábulas atelanas, obras más complejas representadas por varios actores que daban vida a las peripecias de unos personajes arquetípicos: el tonto glotón, el esclavo listo, el viejo verde borracho, el contrahecho maligno, etc. En este tipo de funciones la improvisación era la norma, aunque es posible que hubiera un «libreto» mínimamente literario. Su arraigo en el gusto popular pervivió a lo largo de los siglos, impregnó en parte la comedia literaria posterior, por ejemplo, las obras de Plauto, y, en el caso de la atelana, llegó a alcanzar rango literario a través de autores reconocidos (siglos II-I a. C.).
- División en épocas y períodos
Tradicionalmente se viene dividiendo la historia de la literatura romana en épocas, y éstas en períodos, según el siguiente esquema:I. Época arcaica: siglos III-II a. C.
Primer período: hasta el final de la tercera guerra púnica (146 a. C.).
Segundo período: después de la tercera guerra púnica.II. Época clásica: siglo I a. C.
Primer período: final de la República.
Segundo período: principado de Augusto (31 a. C.-14 d. C.).III. Época posclásica: siglos I-II d. C.
Primer período: siglo I.
Segundo período: siglo II.IV. Época tardía: siglos III-V d. C.
- Época arcaica
Primer período: hasta la tercera guerra púnica (146 a. C.)
El siglo que va desde el final de la primera guerra púnica (218-202 a. C.), que establece definitivamente la supremacía de Roma en Italia, hasta el final de la tercera (146 a. C.), que coincide con su conversión en potencia dominante del Mediterráneo, puede considerarse el período más decisivo de la historia de Roma. Esta asombrosa expansión provocó una transformación de la República en todos los aspectos: político, socioeconómico y cultural. La cultura romana, sin perder sus rasgos tradicionales, se volvió hacia Grecia, que empezará a tener el papel de inspiradora o modelo que antes tuvieron los etruscos. El proceso de helenización cultural de Roma, ya iniciado tras la conquista de la Magna Grecia italiana y siciliana, se intensificó después de la conquista de Grecia y su partición en dos «provincias» romanas coincidiendo con el final de este período. La demanda de cultura griega creció en todos los terrenos: se latinizan los nombres de los grandes dioses del panteón griego, se introducen los cultos de Cibeles, Apolo y Baco, se multiplican a lo largo del año los juegos (ludi) cívico-religiosos, con el teatro como ingrediente indispensable, se empiezan a utilizar los diferentes estilos arquitectónicos griegos, etc.
Este proceso afectó a todas las capas de la población. Pero se dio sobre todo en la clase dirigente; o en una parte de ella, pues otra más tradicionalista se oponía visceralmente a esas nuevas ideas por considerarlas una amenaza a la vieja moral romana, los mores maiorum.
Esa demanda cultural incluía naturalmente también la literatura. En ésta ocupó un lugar destacado el teatro al estilo de los griegos, sobre todo la comedia, que vivió en esta época, con Plauto primero y Terencio después, el período más brillante de este género en toda la historia de Roma. Pero también se empezaron a desarrollar otros géneros, siguiendo las pautas temáticas, estilísticas y métricas de los griegos. Por ejemplo, la poesía épica, que tuvo su principal representante en la figura de Ennio. También se iniciaría la literatura en prosa, aunque ésta de la mano de uno de los principales opositores a la helenización cultural, el viejo M. P. Catón, «el Censor». Estos cuatro autores, Plauto, Ennio y Catón, de la generación que vivió la segunda guerra púnica, y Terencio, de la generación siguiente, constituyen lo más valioso de este período.
Segundo período: después de la tercera guerra púnicaLiquidado el peligro cartaginés, Roma fue completando, en la segunda parte del siglo II a. C., el círculo de su dominio alrededor del Mediterráneo. El Imperio romano empieza ya a ser el «más grande conocido, después del de los dioses», como dirá Tito Livio. Desde el punto de vista cultural, la implantación de la cultura griega en los medios aristocráticos se acentúa. Filósofos y rethores reabren sus escuelas. Escritores griegos de prestigio, como el historiador Polibio y el filósofo Panecio, se instalan en Roma. Se abren círculos intelectuales y literarios, en los que se van formando los nuevos dirigentes: el más importante es el ya aludido de los Escipiones, en que se formaron, por ejemplo, los Gracos. Empiezan a conocerse en Roma las nuevas tendencias del helenismo, tanto filosóficas: estoicismo, epicureismo, academicismo, como literarias: la lírica «alejandrina» de Calimaco o Teócrito.
Pero, por razones históricas y políticas, la admiración hacia lo griego va equilibrándose con el orgullo nacionalista y se va consiguiendo una vía mixta, grecorromana, en la que se mezcla lo mejor de cada tradición. Buen ejemplo de ello es el autor más destacado de este período, el poeta Lucilio.
- Época clásica
Primer período: final de la República
A toda esta época se la considera el siglo de oro de la literatura romana. Y a sus autores más destacados, los clásicos, es decir, «de primera clase», por antonomasia. A este primer período, que transcurrió mientras la República se desangraba por sucesivas guerras civiles, se le conoce también como «período ciceroniano» o «época de César», por ser éstos los autores más representativos. Junto con Salustio y Cornelio Nepote, constituyen la generación de prosistas más brillante de la historia de la literatura escrita en latín. Dado el momento que les tocó vivir, no es extraño que los dos géneros en prosa que más se desarrollaran fueran la historiografía y la oratoria.
Pero su brillantez oscurece injustamente a dos figuras excepcionales de la poesía latina como son Catulo y Lucrecio, el primero en el género lírico y satírico, el segundo en el didáctico. El grupo se completa con la figura de M. Terencio Varrón, el más grande erudito romano, intelectual investigador de todo lo divino y lo humano.
Educados todos ellos por maestros griegos, según había empezado a ser costumbre en las familias ricas romanas desde comienzos de siglo, en algunos casos con estancias más o menos prolongadas en los principales centros de cultura de Grecia y Asia Menor, conocían a fondo la lengua, la literatura y el pensamiento griegos. Pero no era menor el conocimiento y aprecio de la tradición literaria romana y, sobre todo, de las posibilidades de su propia lengua, a la que elevaron al altísimo nivel de precisión, flexibilidad y elegancia que caracterizaría ya para siempre al latín literario. Si a esto unimos su fuerte nacionalismo, el orgullo por su propia historia y por el nivel cultural alcanzado, se puede afirmar que encarnaron la simbiosis perfecta entre helenismo y romanismo, que es lo que mejor describiría al clasicismo romano.
Segundo período: principado de AugustoEl triunfo de Augusto puso fin a un siglo de enfrentamientos civiles y alteró por completo el régimen político imperante en Roma durante los cinco siglos anteriores. Para asegurar el éxito de su «revolución», el nuevo Princeps no se contentó con reforzar su dominio sobre el ejército y sobre el aparato del Estado, sino que se empeñó en apaciguar a la sociedad romana a base de unirla bajo una ideología común, cuyos dos ingredientes principales serían el orgullo nacional y la vuelta a las costumbres de los antepasados.
Para conseguir esto último buscó y protegió a los jóvenes escritores que ya empezaban a descollar, como Virgilio y Horacio primero, Tibulo, Propercio y Ovidio después; dos generaciones de poetas que no dudaron en responder a la demanda de Augusto y contribuyeron con su obra a exaltar al nuevo régimen y a su fundador.
Este carácter de poetas cortesanos no impidió que protagonizaran, junto al historiador Tito Livio, el período más brillante de la literatura romana. Confluyen en todos ellos una gran erudición y dominio de las técnicas literarias, junto a una sensibilidad exquisita. Contaban además con una lengua ya madura y llena de recursos para expresar esas otras cualidades, gracias a la labor de depuración y enriquecimiento del latín literario llevada a cabo por los autores del período anterior. Todo ello, sin abandonar la admiración por la tradición literaria griega, pero ya pasando de la mera traducción inicial y de la imitación del siglo anterior a la franca emulación. Este apogeo de la literatura en latín no hubiera sido posible sin esa tradición detrás, como no hubiera sido posible el apogeo de las literaturas europeas en los siglos XVI-XVII sin el Renacimiento de la literatura clásica, latina sobre todo, que los precedió.
- Época posclásica
Primer período: siglo I d. C.Durante este siglo, el Imperio romano, prácticamente ya constituido a partir de Augusto, refuerza sus fronteras, se estabiliza. Todavía vive un momento de gran tensión a la muerte de Nerón (68 d. C.), con el resultado de un cambio de dinastía al frente del Imperio: a la familia Julia-Claudia le sucede la de los Flavios.
Desde el punto de vista cultural, se consuma la unificación lingüística de la parte occidental con el latín, mientras el griego sigue vigente en la oriental. Se trata de un imperio bilingüe. El proceso de urbanización intensiva de las provincias acelera la expansión del modo de vida romano. La escuela, el teatro, la intercomunicación entre las distintas regiones y entre éstas y la capital provocan la progresiva universalización de la cultura. Una cultura cada vez más mestiza, en la que a las aportaciones griega y romana se suma la oriental, sobre todo en el plano religioso y en el gusto por lo exótico, y la de los nuevos romanos de todas las latitudes: África, las Galias, Hispania. Como consecuencia de ello se asiste durante este período a la presencia destacada de escritores procedentes de fuera de Italia, en especial de escritores hispano-romanos, como Séneca, Lucano, Quintiliano y Marcial.
Gracias a esta nueva savia, la literatura romana vive durante este siglo un período de esplendor. Aplicando el mito de las edades, a este período que sigue al auténtico siglo de oro que fue la época anterior se le denomina argénteo, de plata.
Desde el punto de vista literario coincidirán dos tendencias:
- una continuista, basada en la imitación de los modelos clásicos: Cicerón en prosa, Virgilio en poesía, como es el caso de Quintiliano o Plinio el Joven;
otra rupturista, que busca nuevos modos de expresión, cayendo en lo que podríamos calificar como «barroquismo», ya sea por la vía «conceptista», exagerando el estilo conciso, como Séneca, ya por la «culterana», exagerando la retórica grandilocuente, como Lucano.
Otro rasgo que caracteriza a este período, reforzando el paralelismo con la época barroca de la literatura española, es el predominio de la literatura de tipo satírico, ya sea en verso, con Persio y Marcial, al que tanto debe Quevedo, ya sea en prosa, con Petronio, claro antecedente de nuestra novela picaresca.
En unos y otros se transparenta además la enorme influencia de las corrientes filosóficas que, procedentes de Grecia, se habían implantado en Roma a partir del siglo II a. C, en especial, el estoicismo, del que son exponentes Séneca y Persio, y el epicureismo, que se manifiesta en Petronio y Marcial.
Segundo período: siglo II d. C.Todo este siglo está ocupado en lo político por la dinastía Antonina. Con ella el Imperio romano alcanza su máxima expansión territorial y vive su último periodo de grandeza.
En lo literario, se observa un cierto reflejo de todo esto, especialmente en la primera parte del siglo, bajo los reinados de los hispanorromanos Trajano y Adriano. En ella se da el último rebrote de clasicismo, personificado en las figuras del historiador Tácito, el poeta satírico Juvenal y, en menor medida, el orador Plinio el Joven.
En la segunda parte del siglo empiezan a aparecer signos claros de decadencia cultural y literaria, aunque todavía son de reseñar escritores de talla, como el italiano Suetonio y el africano Apuleyo.
Es el arranque también de la literatura cristiana, por obra de los primeros apologistas, que empiezan a utilizar el latín en vez del griego para defender su religión y atacar el paganismo: su principal representante sería el también africano Tertuliano.
Época tardía:
Siglos III y IV d. C.
A partir del siglo III la literatura romana tradicional, «profana» por así decir o, si se quiere, «pagana», dará ya poco de sí. En historia surgen autores de resúmenes de la obra de Tito Livio, como Floro (siglo III) y Eutropio (siglo IV), y continuadores de Tácito, como Amiano Marcelino (siglo IV), o de la serie de biografías imperiales de Suetonio. En prosa destacan, sobre todo, gramáticos y juristas. En poesía sobresale la figura del galo Ausonio (siglo IV), con quien resucita fugazmente la poesía bucólica de tipo virgiliano y que tendría una influencia considerable durante la Edad Media y el primer Renacimiento, y el poeta Claudiano (siglo IV), que cultivó con brillantez diversos géneros, como la sátira, la épica mitológica y la épica histórica.
Serán los siglos del auge de la literatura cristiana, sobre todo tras la cristianización de la corte imperial a partir de Constantino. Pero se debe más bien a razones extraliterarias.
A los primeros apologistas de los siglos II-III les suceden ya los llamados «padres de la Iglesia». Algunos de ellos todavía demostrarían un conocimiento y una valoración de la tradición literaria, pero fueron los menos, especialmente san Jerónimo y san Agustín en la transición del siglo IV al V. Entre los poetas de inspiración cristiana cabe citar al español Prudencio (siglo IV).
Después de la caída del Imperio romano de Occidente
Liquidado el Imperio romano de Occidente, la literatura en latín siguió dando sus frutos en los nuevos reinos medievales gracias a personalidades excepcionales como Boecio (475-524), el consejero del rey godo Teodorico, con su famosa Consolación filosófica, y san Isidoro de Sevilla (570-636), autor de una obra enciclopédica titulada Etimologías u Orígenes.
También para la literatura el final del Imperio fue una especie de cataclismo. Gran parte de la literatura clásica había ya desaparecido en los siglos anteriores. Sólo se seguían editando, en pergamino, las obras de los más grandes, y no todas, ni todas completas. Sólo gracias a la visión de algunos eclesiásticos cultos, como Casiodoro en Italia, o los monjes de los monasterios irlandeses, fue posible que el legado literario romano no desapareciera del todo y pudiera servir de simiente de la que renacería la literatura latina medieval, primero, y las literaturas en las distintas lenguas nacionales, después.
BIBLIOGRAFÍA
BAYET, J., Literatura latina, Barcelona, Ariel.BICKEL, E., Historia de la literatura romana, Madrid, Gredos.
BIELER, L, Historia de la literatura latina, Madrid, Gredos.
CRUSIUS, F., Iniciación a la métrica latina, Barcelona, Bosch.
GARCÍA GUAL, C. y GUZMAN GUERRA, A., Antología de la literatura griega, Alianza Editorial, libro de bolsillo.
LÓPEZ SOTO, V., Diccionario de autores, obras y personajes de la literatura latina, Barcelona, Juventud.
MORENO HERNÁNDEZ, A. y FERNÁNDEZ CORTE, J. C., Antología de la literatura latina, Alianza Editorial.